Para el común de los mortales un famoso es un privilegiado que se pasa la vida en la zona vip de una fiesta, bronceado en la cubierta de un yate o abanicándose con fajos de billetes. No seremos nosotros los que contradigan a quienes así piensan, porque mira que hay profesiones más ingratas que la de celebrity (descargador de Mercamadrid, cobrador de la ORA, teleoperador en el departamento de reclamaciones de Movistar) pero tampoco obviaremos los daños colaterales que acosan a los que pertenecen al mundo de la farándula. A saber: Ausencia de intimidad, riesgo de explosión ante un ego inflamado que reclama la continua aprobación del populacho, invasión de la vida privada por desconocidos fans y paparazzi -a estas alturas todo individuo que posee un móvil con cámara es un paparazzo en potencia-, accesos paranoides al no poder distinguir quién se te acerca por interés y quién por sincera amistad, la angustia que provoca el brote de una espinilla o la primera cana, la pesadilla alucinógena que te sume tras la exposición a cientos de flashes en el photocall de turno, el resacón del champán y el entripado de caviar... o el colmo de las tragedias, ¡perder la condición de famoso y convertirte en un Don Nadie!.
Qué horror. Ante tanto dolor e injusticia, nuestros sufridos famosos se arrojan a los pies de cualquier fórmula que prometa una evasión de sus vidas aciagas. Algunos, los menos originales, optan por el consumo de drogas o el ingreso en extrañas órdenes religiosas. Otros compiten con sus rivales por lograr el lujo más extravagante. Los hay que incluso reclaman un asiento en primera a bordo del primer vuelo turístico espacial (“Es un viaje al firmamento, ¿no?. Pues bien, ¡¡¡yo soy una estrella y me merezco mi puesto!!!”). En Celebrityland se gestiona el tiempo libre en bizarras ocupaciones, lo que allí resulta raruno es ser normal y hacer las cosas que nos gusta hacer a nosotros, los simples mortales. Quedar con los amiguetes, dar un paseo por el campo, ver una peli con una bolsa de ganchitos en la mano o, y a esto voy, practicar yoga.
¿Qué tendrá la práctica de yoga que atrapa a gente de toda condición? Madonna se volvió loca perdida por la modalidad de ashtanga, hasta el punto de dedicar una canción a la invocación que se recita antes de este estilo de yoga, y que forma parte de su álbum Ray of Light.
La mexicana Thalía alterna la alfombra roja de la fama con la esterilla de yoga.
Aquí la tenemos tal y como recientemente nos mostró en su cuenta de twitter, literalmente plegada en dos.
Lady Gaga es una fanática seguidora del bikram, esa modalidad que combina posturas en una tórrida sala caldeada a 42 grados.
¿Tacones, gafotas y maquillaje? Gaga, tanta calor en la sala de yoga te ha derretido la sensatez.
Otro famoso que alardea de su cualidad de yogi es el británico Sting, que además de firmar una longeva carrera musical tiene entre otras facultades la de poder mantener el acto sexual con su esposa durante horas y horas. Así, de corrido.
Semejante hazaña amatoria requiere de una forma física que en Sting obedece a su devoción por el yoga. ¡Mira, mamá, sin Viagra!
La californiana Ke$ha también se anima a probar las mieles del yoga e improvisa un urdhva muka,
que demuestra que cualquier lugar, cómodo atuendo y condición física son compatibles con la práctica.
La lista se amplía. Ricky Martin, Jennifer Aniston, Jon Bon Jovi, Gwyneth Paltrow, Meg Ryan... en España, que sepamos, aún no ha dado la cara un famoso que se pirre por el yoga, pero ya nos gustaría que alguno diera el paso. Se aceptan apuestas, ¿He oído Belén Esteban? ¿Mario Vaquerizo? ¿Cómo, Paquirrín también?
Yoga facial